La ermita semirupestre de San Juan de #Socueva es uno de los escasos monumentos prerrománicos de la Cantabria oriental y uno de los lugares más bellos de la región. Situada a media ladera, en el escarpe calcáreo de una montaña y en medio de un paraje agreste y solitario, une el encanto de su entorno a la importancia arqueológica del monumento, que ha de considerarse como uno de los más antiguos vestigios del Cristianismo en nuestra comunidad.

Tras una breve subida, la mirada del visitante topa con la ermita, y en ese momento no sabe qué es más admirable, si la humilde belleza del antiguo monumento o la soledad evocadora del modo de vida de aquellos primitivos monjes altomedievales que trajeron a las montañas del norte una nueva religión que llamaban Cristianismo.

Parece oportuno hacer un poco de historia y recordar que fue su “descubridor”, Maximiliano de Regil y Alonso, Catedrático de Geografía e Historia del Instituto de Segunda Enseñanza de Ciudad Real y oriundo de Arredondo, quien publicaba en el cuarto tomo del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones de 1886, los primeros datos referentes a esta ermita prerrománica bajo el título “Arco árabe en una cueva de la Provincia de #Santander”. Desde entonces y durante las últimas décadas, se le han dedicado varios estudios vinculados al patrimonio cultural de Cantabria, sin que, desgraciadamente, ninguno de estos esfuerzos haya producido resultados deseables. Ni siquiera la memorable celebración litúrgica que siguiendo el rito mozárabe fue oficiada por el obispo José Villaplana generó sensibilidad adicional alguna en las instituciones.

La fábrica de esta ermita se remonta al siglo IX y está íntimamente ligada al hecho cultural de las iglesias rupestres del sur de nuestra comunidad, que desde aquí reivindicamos como merecedoras de un tratamiento de conjunto artístico, a iniciar necesariamente con la adopción de las necesarias medidas de protección para los edificios. Protagonizan un fenómeno cultural imprescindible para entender nuestra historia, pues a partir de ellas se produjo la inicial difusión de aquella nueva filosofía cristiana que irrumpe en esa época tan oscura de los siglos posteriores a la caída del imperio romano.

En Socueva, el eremita aprovechó una oquedad cárstica natural enmarcada con toscos muros de mampuesto para resaltar los espacios propios del culto. Un arco de herradura abierta separa la nave de planta rectangular del ábside casi semicircular, orientado al este y cubierto con bóveda de cuarto de esfera. A la izquierda de la tronera de la cabecera, se abre un pequeño nicho que pudo servir de credencia. Preside este ábside un altar de piedra arenisca –común en época mozárabe– apoyado sobre una sola columna, monolítica, sin basa y de sección cuadrangular con aristas achaflanadas. Sobre el altar estuvo una imagen de San Juan Bautista del siglo XVII, que fue trasladada a la ermita de la Magdalena en #Arredondo.

Es llamativo el aspecto de aire megalítico que muestra el tramo original de la ermita en los espacios no afectados por las actuaciones del siglo XIX del gran muro perimetral que cierra el entorno. En su alrededor se reconocen evidencias de yacimientos prehistóricos, arte rupestre paleolítico, interesantes grafismos de tiempos históricos y excavaciones, aparentemente realizadas por los eremitas vinculados a la ermita y con alguna funcionalidad relacionada con ésta. Pero a pesar del excepcional interés patrimonial de este edificio religioso –refrendado por su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) por Decreto del Consejo de Gobierno de #Cantabria 26/1985, de 14 de marzo– su situación actual es lamentable, sin culto, olvidada y abandonada.

Desde hace ya tiempo se aprecia el desplazamiento sufrido por la cubierta exterior respecto del soporte rocoso sobre el que apoyaba, con los pilares amenazando peligro de colapso y de arrastrar en su caída al ábside. Resulta inexplicable e inexcusable un estado de abandono semejante, y resulta, del todo incomprensible, que esta ermita de Socueva se continúe hoy en día publicitando internacionalmente en Internet e invitando a que sea visitada, a pesar de las pésimas condiciones en que se encuentra y del peligro para las personas. Las acumulaciones de estiércol en su interior rayan una indecencia que es superada por el olor nauseabundo que periódicamente generan los animales muertos que se descomponen en su entorno más inmediato.

Se contemplan imprescindibles algunas actuaciones someras, aunque eficaces, dirigidas al menos en dos direcciones complementarias: A) Eliminar todos los elementos que se han ido añadiendo a la ermita original: Tejavana, altar moderno, cierre reciente; limpiar la pequeña explanada delante de la cueva para dejar el frente de roca despejado y mostrar la ermita en su verdadera magnitud. B) Cerrar con una verja el perímetro de la explanada con el fin de evitar el acceso de ganado y gente sin control que puedan dañar la construcción. De esta manera la ermita estaría protegida de las actuaciones destructivas de origen natural, tanto de las propias del clima local como de los animales, y de los deterioros derivados de las actuaciones humanas.

Paradójicamente, se ha invertido más de lo necesario para conseguir que el visitante pueda llegar en coche hasta pocos metros antes de la ermita. No ha importado para ello trazar una carretera por el monte, que evidentemente ha precisado destinar unos recursos económicos muy cuantiosos si los comparamos con el reducidísimo coste que se necesitaría para adecentar la ermita. Ante tal paradoja, resulta inevitable la pregunta: ¿podría ser que los bajos costes hayan sido precisamente generadores del desinterés –que siempre suele ir acompañado de insensibilidad e irresponsabilidades- y, a la postre, una de las principales causas de tal penuria?

Esta última reflexión nos lleva, desde este foro, a preocuparnos ante la posibilidad de actuaciones sobredimensionadas o desenfocadas estéticamente con que se abordan a veces las pretendidas mejoras en los ambientes rurales más valiosos –recordamos por su proximidad, la sobreactuación en la cueva de #Cullalvera– en los que, pretendiendo urbanizar de forma desmesurada y ostentosa los espacios antiguos, casi siempre situados en parajes recónditos de alta belleza y conservados durante milenios, acaban con su interés y encanto en no pocas ocasiones.

En cualquier actuación sobre San Juan de Socueva debiera prevalecer la sensatez, y las únicas actuaciones a realizar en este monumento deberían reducirse a la protección, conservación y limpieza de la ermita, evitando que le hicieran perder sus valores culturales, principalmente los históricos y artísticos. Si existiera algún riesgo, apelemos al sentido común y a que, al menos, se preserve el valor cultural en estado de ruina, una estética en general deseable que habla con la mejor expresión posible sobre el pasado y sobre el presente.

En 1990, el arquitecto Javier González de Riancho Mazo decía: “No estamos en esta región tan sobrados de monumentos de este orden artístico e histórico como para aceptar con resignación el estado de abandono, miseria y en cierto modo desprecio que nuestras autoridades, las de antes y las de ahora demuestran por este pequeño, en tamaño, monumento, pero muy grande en valoraciones emocionales, históricas y artísticas, y como herencia cultural que a través de once o doce siglos ha llegado hasta nosotros”… y cuánta razón tenía!