Somos muchos los que nos lamentamos de la pérdida patrimonial que sufrió Santander con el derribo de la vieja Lonja del Pescado, aquel edificio racionalista que imprimía carácter al Barrio Pesquero, en donde muchos bravos hombres de mar escribieron parte de su biografía y páginas comunes de la historia de ese barrio pescador.

Su pérdida fue sentida y lo será por tiempo entre muchos santanderinos, en no pocos debates de Patrimonio surge su nombre y su recuerdo, estigmatizando aquel hecho desafortunado. Su anunciado derribo creó un gran debate ciudadano y la historia escribirá los nombre de los culpables, para que por siempre recuerden su ignominia.

Con los errores, al menos, debemos aprender y no repetirlos, pero en Castro Urdiales se pretende reproducir una actuación idéntica. La Ley de Costas ha condenado a desaparecer al histórico Hotel-Balneario “Miramar”, edificio cuyas características formales recuerdan enormemente a la desaparecida lonja.

La historia de este viejo hotel se remonta al año 1930 cuando el ayuntamiento castreño encargo un proyecto de hotel balneario a José Antonio Aguilar para emplazarlo en el muro de cierre de la marisma de Brazomar. Se pretendía relanzar el turismo local. El ingeniero proyectó un edificio racionalista, sin duda novedoso y funcional, englobado en esa corriente que surge en Europa tras la I Gran Guerra y tiene en el Rincón de Goya zaragozano (1926-1928), de García Mercadal su primera manifestación española.

Aguilar proyectó un edificio que fue y aún es ejemplo singular de excelencia en la producción arquitectónica española de aquellos años, a pesar del aislamiento cultural y de las difíciles circunstancias políticas y económicas que se vivían entonces. Los racionalistas buscaban la sencillez y la funcionalidad, renunciando tanto a la imitación de lo antiguo como a excesivos e innecesarios tecnicismos.

Se inicia la obra en 1939, recién terminada la Guerra Civil y, con gran esfuerzo, en 1940 estaba construida la planta baja que sería continuada en 1944 bajo la dirección del arquitecto municipal Javier González de Riancho Mazo, entonces al frente de la construcción del Barrio Pesquero. Riancho fue bastante respetuoso con el proyecto de Aguilar y, una vez finalizado, el edificio Miramar, logró una sencilla elegancia, expresión poética de un proyecto racionalista magnífico.

En 1956 el edificio pasó a manos privadas, con diferentes ampliaciones y restauraciones, la última, creemos, desafortunada y poco respetuosa con el proyecto original pues, entre otras cosas, se forraron sus fachadas con un gres marrón desnaturalizador. A pesar de ello mantuvo su alma racionalista y su moderno y espléndido interior. El maltrato es recuperable.

En cualquier lugar este edificio seria intocable. En Miramar está la historia del último siglo castreño, En ese hotel y en ese trozo de playa se bañaron veraneantes y familias castreñas, pasearon novios y sirvió de lugar de juego para pandillas de chavales que ahora son adultos y sentirán su perdida. Todos tienen en ese lugar parte de su memoria.

Castro ha sufrido en los últimos años un tremendo ataque desde la fría especulación económica, sin reparar en que lo que se perdía era irreparable y lo que se ganaba era descomedido y poco sostenible. Si un paseante volviera ahora a Castro treinta años después se sorprendería de los despropósitos que con la bandera del progreso se han cometido.

Debemos aprender de los errores, el hotel Miramar, baluarte del mejor racionalismo español debe ser indultado, su pérdida sería irreparable y con ella se disipará la memoria individual y colectiva de los castreños.