Creíamos – ingenuos – que el Hotel Miramar de Castro Urdiales se había salvado. Hace unos años surgió la amenaza del derribo concertado y parecía que la opinión ciudadana había sido eficaz, creíamos que las instituciones lo habían entendido y especulábamos- que candidez- que ese puente que unía al actual Castro con su historia más reciente, con el tiempo de sus padres, se conservaría para entender mejor como fue aquella época. Todo ha sido un sueño, la maquina destructora no ha parado en estos años y lucha por acabar con el hotel marinero.

En el año 2015 en este mismo medio, Grupo Alceda firmábamos una tribuna con un título profético “EL HOTEL MIRAMAR DE CASTRO URDIALES. LA OTRA LONJA”, que razón teníamos pues parece que repite el triste final de la vieja Lonja santanderina.

La pérdida de la Lonja fue sentida y lo será por tiempo entre muchos santanderinos, en no pocos debates de Patrimonio surge todavía su nombre y su recuerdo, estigmatizando aquel hecho desafortunado. El Hotel Miramar también será recordado aunque probablemente a los responsables de su derribo les dé igual.

Nace el histórico hotel cuando en 1930 el ayuntamiento castreño, pretende revitalizar el turismo local y encarga un proyecto de hotel balneario a José Antonio Aguilar para emplazarlo en el muro de cierre de la marisma de Brazomar. El ingeniero proyectó un edificio racionalista, sin duda novedoso y funcional, englobado en esa corriente que surge en Europa tras la I Gran Guerra. Se inicia la obra en 1939, recién terminada la Guerra Civil y en 1940 estaba construida la planta baja que sería continuada en 1944 bajo la dirección del arquitecto municipal Javier González de Riancho Mazo, entonces al frente de la construcción del Barrio Pesquero. Riancho fue respetuoso con el proyecto de Aguilar, consiguiendo un edificio elegante enmarcado en el grupo de edificios náuticos racionalistas como la Lonja o el Marítimo de Santander.

En 1956 el edificio pasó a manos privadas, con diferentes ampliaciones y restauraciones, la última, creemos, desafortunada y poco respetuosa con el proyecto original pues, entre otras cosas, se forraron sus fachadas con un gres marrón desnaturalizador. A pesar de ello mantuvo su alma racionalista y su moderno y espléndido interior. El maltrato es recuperable.

No hemos aprendido de los errores, en Castro Urdiales se pretende reproducir una actuación idéntica a la que llevó a la perdida de la Lonja. La Ley de Costas ha condenado a desaparecer al histórico Hotel-Balneario “Miramar”.

Costas ha actuado inflexiblemente y ha presentado el proyecto de demolición inmediata del edificio al haber caducado su concesión y estar enclavado en un dominio marítimo terrestre de utilidad pública. Se ampara en diferentes trámites y resoluciones de expropiación dictados por el Consejo de Ministros o por esa Jefatura de Demarcación de Costas.

Muchos castreños y su alcalde han defendido un uso hotelero o el de balneario sin habitaciones, como el que hay en la playa de La Concha de San Sebastián, pero con tristeza declara el regidor que el Ayuntamiento ha hecho todo lo posible para evitar el derribo de Miramar pero la falta de apoyo de la Demarcación de Costas y del Gobierno de Cantabria lo ha impedido.

En su momento el Gobierno de Cantabria también defendió su supervivencia, apostando por un cambio de uso, Miguel Ángel Revilla afirmaba que, “Con lo que cuesta edificar algo, tirarlo parece un despropósito cuando puede ser utilizado para multitud de cosas que redundarían en beneficio de los castreños”. En 2015 el PRC de Castro presentó una moción al Pleno, que fue aprobada, en la que se instaba al Ayuntamiento a realizar una modificación del Plan General de Ordenación Urbana para que la zona en la que se ubica el edificio tuviera un uso de utilidad pública.

De alguna manera, a pesar de tecnicismos y trámites burocráticos debiera indultarse el edificio, otorgarle una figura protectora como el BIL y darle un uso público, muchos ciudadanos lo reclaman. En cualquier lugar este edificio seria intocable. En Miramar está la historia del último siglo castreño, en ese hotel y en ese trozo de playa se bañaron veraneantes y familias castreñas, pasearon enamorados y sirvió de lugar de juego para pandillas de chavales que ahora son adultos y sentirán su perdida. Todos tienen en ese lugar parte de su biografía.

Castro ha sufrido en los últimos años un tremendo ataque desde la fría especulación económica sin reparar en que lo que se perdía era irreparable y lo que se ganaba era descomedido y poco sostenible. Si un paseante volviera ahora a Castro, treinta años después, se asombraría de los despropósitos que con la bandera del progreso se han cometido. Debemos aprender de los errores, el hotel Miramar, baluarte de un excelente racionalismo español debe ser indultado, su pérdida sería irreparable y con ella se dilapidará la memoria individual y colectiva de los castreños.

Aurelio G-Riancho, Esperanza Botella, Ramón Bohígas, Ignacio G-Riancho Juantxu Bazán, Juan Carlos Zubieta, Annibal G-Riancho, María José G-Acebo.