Indulto para el Hotel Miramar de Castro Urdiales

La personalidad del territorio y su interpretación como “paisaje cultural” se entiende como el conjunto de manifestaciones, creaciones, usos, costumbres y tradiciones atesorados por una comunidad a lo largo de su historia. Todo aquello que define nuestra identidad y singularidad como sociedad.

Hasta la Revolución Industrial, la dependencia humana de la naturaleza fue prioritaria, después, nuevos factores técnicos y sociales dejaron su huella sobre el territorio y se sumaron a la personalidad del mismo. Los “baños de ola” que se pusieron de moda como terapia, con la corriente higienista en la última mitad del siglo XIX, dieron lugar a los veraneos de costa, antecedentes del turismo. En muchas playas de Cantabria, sobre todo en las más urbanas, se construyeron balnearios, “hoteles de familia” y chalets que, insertos en un determinado territorio, contribuyeron a enriquecer su singularidad, aquella que todos reconocemos en los paisajes de nuestra infancia.

En la segunda mitad del siglo XX, la especulación urbanística actuó sobre las áreas de costa de manera indiscriminada y bajo premisas absolutamente economicistas. El destrozo del litoral castigó fundamentalmente a la zona oriental de nuestra Comunidad, haciendo que lugares de gran valor ecológico y paisajístico como Noja, Laredo o Castro Urdiales, resultaron en pocas décadas irreconocibles. Antiguas fotografías en blanco y negro muestran pérdidas irreversibles del patrimonio arquitectónico y el borrado de sus huellas históricas, etnográficas, culturales, en un crecimiento ajeno a su memoria. La tierra heredada de sus ancestros se transformó en solares, parcelas, edificabilidad, productos de compra y venta para que unos cuantos se enriquecieran, hacia una economía de tierra quemada que consume irreversiblemente nuestro principal recurso, el lugar en que vivimos. Durante décadas estas localidades se vendieron a sí mismas y solo preocupados de su presente, dejaron para el futuro ingratas consecuencias. Nadie quiso pensar en lo que dejaban, o destruían, para los que vinieran después. Al resto de la ciudadanía le quedo ser testigos del descalabro. Las fincas eran de cada propietario, pero el lugar, el paisaje, el patrimonio, eran de todos, pues se destruía la calidad ambiental y su identidad, por las que nadie veló. Este voraz e indiscriminado destrozo llevó a la necesidad de poner freno mediante la Ley de Costas para la Protección Ambiental y Desarrollo Sostenible (1988); su reglamento (R.D. 1989) y el Plan de Ordenación del Litoral de Cantabria (2004), instrumentos todos ellos imprescindibles para el desarrollo controlado, racional y sostenible de nuestro litoral.

Con la aplicación de estas leyes se han visto envueltos en un mismo saco, construcciones ilegales y desmanes arquitectónicos, con antiguos balnearios y elementos del patrimonio histórico, etnográfico o industrial, cuyas concesiones han caducado o lo harán en breve. De manera indiscriminada pueden desaparecer, salvo que el sentido común encuentre soluciones, la memoria y el patrimonio de estos lugares. La costa es, además de naturaleza, la historia de esa naturaleza, sus usos y costumbres, su memoria. La costa es también un hecho cultural. Resulta imprescindible encontrar fórmulas para retirar lo dañino pero proteger lo valioso, y las hay. Existen leyes transversales con intereses paralelos y que deben dialogar entre sí, nos referimos a la Ley de Patrimonio Cultural de Cantabria o a los Catálogos de Protección de los Planes Generales municipales. Ese diálogo entre las distintas leyes las llevan a cabo técnicos de diversas administraciones, pero son los políticos los responsables de interpretarlas y aplicarlas de manera razonable y responsable. Se necesita una transversalidad no sólo técnica y jurídica, bajo los principios del Desarrollo Sostenible que defienda para el futuro nuestros recursos más valiosos, sin que la aplicación de una norma suponga la destrucción de los recursos de otra.

El edificio del Miramar es testigo, y ahora icono, de la historia de Castro Urdiales, huella de un pasado reciente que permanece en la memoria colectiva como parte del carácter del lugar y su evolución social. Un testimonio de los cambios estéticos y técnicos de la arquitectura del siglo XX, la del Racionalismo de Javier González de Riancho que convive con el Historicismo de Eladio Laredo y el Regionalismo de Leonardo Rucabado. Frente al Castillo medieval y la iglesia gótica de Santa María, el hotel Miramar se envuelve de la arquitectura tradicional y señorial de esta antigua villa marinera. Esta convivencia respetuosa entre diferentes épocas es el mejor relato de una sociedad que suma sus recursos sin destruir los anteriores, en la mejor acepción de la palabra progreso.        

La sociedad civil no quiere que le roben su memoria, ni que sus pueblos y territorios pierdan su personalidad, y pide otra vez el indulto para el Hotel Miramar. Las administraciones son responsables de velar por su conservación, y que la aplicación de normas para defender los valores naturales no sea causa de destrucción del patrimonio cultural, que puede adaptarse para nuevos usos pero sabiendo que su propia existencia es su principal justificación, por ser parte del carácter del lugar, lo identifica y cualifica. Cuando se habla de patrimonio, la falta de uso no es motivo suficiente para su demolición. ¿Se imaginan demoler la ermita de Santa Ana porque no se utiliza o la Iglesia de Santa María por estar ambos en zona de Dominio Público Marítimo Terrestre de Castro Urdiales?

Reconsideren, por favor, la decisión y doten de larga vida al edificio del hotel Miramar. Enmendar es de sabios.

Esperanza Botella, Aurelio G-Riancho, Celestina Losada, Domingo de la Lastra, Carmen Alonso, Ramón Bohígas, Javier Ceruti, Esther Sainz-Pardo, Claudio Planás, Orestes Cendrero, Manuel López-Calderón, Miguel de la Fuente, Juantxu Bazán, Ignacio G-Riancho, José Orruela. Javier R. Carvajal, María García-Guinea