Cantabria es dueña de un gran Patrimonio Cultural disperso en el territorio, no hay pueblo o aldea por muy humilde que sea que no tenga una torre medieval, molino, ferrería o iglesia atrayente y en ninguno faltará una casona solariega, una casa baja de cronología medieval, o las posteriores en hilera formando barrio.

 

Este Patrimonio Construido ha sufrido un deterioro, en ocasiones lógico, perdiéndose mucho de ello por diferentes motivos. Inevitablemente el tiempo que es principio y fin, el clima con sus cambios y en ocasiones desastres, las guerras y han sido muchas, el abandono de los pueblos por buscar en las capitales la referencia social y económica, la desaparición del mayorazgo y la llegada de las herencias compartidas que hacen inviable, en ocasiones, el mantenimiento o la venta del Bien. El desarrollismo y la especulación urbanística que hace muy pocos años fue un verdadero azote se llevó lo que no consiguieron las anteriores. La ignorancia, la desidia y el olvido forman parte de nuestra condición y actúan negativamente.

 

Y podemos añadir otra razón, quizás sea una de las más dolorosas porque está provocada por los encargados de proteger los Bienes, que se convierten en destructores alegando siempre motivos similares; El Bien se ha quedado pequeño o no es funcional y se derriba para hacer otro más moderno o más grande, o se apela a que no tiene uso o que está en ruinas y constituye un peligro, o el desarrollo lo exige, hasta se alude a que tal ley obliga a derribarlo. Siempre se argumenta de estas maneras.

 

En la última centuria muchos han sido los Bienes que en todo Cantabria han desaparecido con el permiso y visto buena de las Instituciones, todos tienen un denominador común, lo llevaron a cabo los que debían protegerlos. Dedicaremos estas líneas a la capital, y en una segunda tribuna recordaremos las pérdidas en la provincia,

 

En el Santander republicano de los años 30, se demolió la capilla de San Roque en el Sardinero, la iglesia de San Francisco, la Estación de la Costa, el Puente de Vargas y otros Bienes, al  responsable se le recuerda como el alcalde picota.

 

Tras el incendio de Santander de 1942, la histórica Capilla de Santiago o de los Escalante en la Catedral y el palacio renacentista de los Riva-Herrera en Santa Clara que habían sobrevivido a la catástrofe, fueron demolidos sin reparos.

 

Las escuela Graduada del Oeste en la plaza de Cisneros, proyectada por Lavín Casalis en 1900, edificio de estilo historicista y ecléctico fue derribada en 1962. Era uno de los mejores inmuebles de esta ciudad y sucumbió al desarrollismo.

 

El hospital Marques Valdecilla, modelo de un estilo hospitalario de pabellones que se construía en Europa por los años 30, la gran aportación de Ramón Pelayo y el arquitecto Gonzalo Bringas cumple ese axioma que se repite tanto, de destruir para construir y en los años 70 se iniciaron las demoliciones consentidas.

 

 

Mucha de la gente que vivió en el Santander de los años 60, recuerda todavía con pena e indignación al Teatro Pereda, proyectado por Eloy Martínez del Valle en 1919 y no entiende como se pudo derribar un edificio que era centro cultural de la ciudad. 

 

La Lonja del Pescado en el Barrio Pesquero, proyecto racionalista de González de Riancho, formaba parte de la memoria colectiva de los habitantes de ese barrio de pescadores. La Autoridad Portuaria desoyó los cientos de argumentos que desaconsejaban el derribo y con el apoyo del Gobierno de Cantabria en el 2006 la borró de la vista. Ahora hay un aparcamiento.

 

Probablemente el derribo consentido más escandaloso es el del Palacio de Gobierno en Puerto Chico, proyecto de Gonzalo Bringas. La demolición fue preparada minuciosamente; se encargaron dos proyectos alternativos y millonarios a Rafael Moneo que se pagaron, se expropió y derribó el edificio historicista próximo de Juan de la Cosa, se demolió el Edificio de Gobierno iniciándose la peregrinación del Museo de Prehistoria, se derruyeron las Escuelas Graduadas del Este o de Adultos en Peña Herbosa, proyecto racionalista de González de Riancho. En fin, de todo aquel sueño millonario, solo se llevó a cabo el “edificio puente” del Gobierno pues cuando debían iniciar “la gran obra” no había dinero. El resultado fue una pérdida patrimonial y económica muy importante y en el lugar donde se levantaba aquel edificio que vivió toda la historia política de nuestra Comunidad, crecen los plumeros y aparcan automóviles. Nadie ha dado una excusa, ni siquiera una explicación y los responsables están ahí.

 

La coqueta iglesia de Nueva Montaña próxima al Corte Inglés molestaba, no sirvió para nada la triste manifestación en la que muchos ciudadanos denunciábamos que su pérdida era una página de la historia que desaparecía. La ocupa un grupo de viviendas.

 

Como es posible que enfrentado al Parlamento de Cantabria (recuperado ejemplarmente) languidezca el Convento neoclásico de la Santa Cruz, levantado en 1656 por la iniciativa de María de Oquendo, la primera mujer montañesa con biografía, y proyecto de Fray Lorenzo de Jorganes. Es difícil de entender que nuestros parlamentarios vean todos los días ese convento en la Lista Roja de Hispania Nostra y no se tome ninguna decisión.

 

Pero lo más grave es que no se ha aprendido de los errores y se continúa este fenómeno destructor. En Santoña se quiere derribar parte del palacio de Chiloeches, su edificio más relevante y con gran valor histórico, lo pretende su Ayuntamiento y lo apoya Cultura. En Castro Urdiales la Demarcación de Costas, indiferente a la opinión contraria de muchos castreños y cántabros, ha sentenciado al Hotel Miramar, memoria colectiva de sus gentes. Se está agrediendo al Sardinero ese lugar que es la bandera de Santander y puede perderse un paisaje tan bello como la Ensenada de la Magdalena, la misma Demarcación de Costas construye, sin oír voces en contra, unos agresivos espigones que se clavan como una lanza en ese paisaje.

 

José Luis Casado escribió que Santander es una ciudad despiadada con su pasado, se quedó corto, es toda Cantabria. Por favor. Los errores cometidos no deben repetirse, el libro de los destrozos consentidos debe tener fin. No continúen con aquellos argumentos, luchen por conservar, miren lo que se hace a nuestro alrededor. Equivocarse es humano, rectificar también y demuestra generosidad y cariño al Patrimonio.