Aurelio González-Riancho Colongues

                                                    Delegación de Hispania Nostra en Cantabria

Escribo estas líneas inmerso, como toda la población, en la más preocupante y severa de las problemáticas socioeconómicas y sanitarias que estas generaciones han conocido, nada es más transcendental ahora que vencer al miserable COVID-19. Parece que es el único de nuestros problemas y en parte es así pero también es cierto que estamos viviendo esta problemática de manera exclusiva y ello puede desvirtuar la realidad.  Hablar y pensar en otras cosas puede ser un bálsamo terapéutico.

             Sirva este preámbulo para entender, que podemos y debemos ocuparnos también de otros asuntos que aún pudiendo parecer más frívolos pueden ayudarnos a manejar mejor esta situación de alarma social y a ello me pongo.

           La entrada por el mar a Santander siempre ha sido difícil y en su costa y en las Quebrantas yacen los pecios de muchos barcos que no lo lograron; la Unión, el Helen, el Lequetiano, el Frasquita, la Juliana, la Carmen, el Aldeheid y el Cabo Mayo entre otros duermen fondeados en sus arenales. Rafael González Echegaray en su “Naufragios en la Costa de Cantabria” editado en 1960 cuenta con detalle tanto siniestro.

            Y me referiré a un majestuoso edificio que todos conocemos y hemos visitado en muchas ocasiones, a 90 ms del mar y elevándose 30 ms del terreno se levanta sobre el acantilado una esbelta torre de planta circular revestida en piedra, una torre centelleante  que no siempre estuvo allí y que tiene una historia, no demasiada conocida. Es el Faro de Cabo Mayor que da la bienvenida a los navegantes que vienen mar abierto, ayudándoles a reconocer las en ocasiones peligrosas costas cantábricas. Asomado al abismo entre Mataleñas y el Puente del Diablo, solemne e inalterable observa ese mar  cambiante, unas veces sereno y balsámico y otras intolerante y brutal.

          Antes de él, desde un atalayón en el lugar de Cabo Mayor se hacían señales a los barcos, con banderas durante el día y con hogueras por la  noche con el fin de señalizar y avisar a los navíos su proximidad al litoral y evitar desastres. Con la modernidad, en 1833,  el marino Felipe Bauzá proyectó un faro de petróleo finalizado por Domingo Rojí en 1839. Fue uno de los primeros faros modernos de España y cuando en 1857 se inaugure el de Mouro, la entrada a nuestro puerto se ilumina y facilita.

          En 1847, reinando Isabel II se promulgó un “Plan General para el Alumbrado Marítimo de las Costas, Puertos de España e Islas adyacentes”, encaminado a mejorar la navegación por nuestro litoral y con ello evitar naufragios y accidentes. Además del de Mouro o Mogro, en 1870 se construye el de la Cerda, aprovechando la ruina de una vieja batería en la Magdalena complementados con el de Castro en 1853, el del Caballo y el del Pescador en Santoña y el de Suances.           

          Felipe Bauzá y Cañas fue un ilustrado selecto en la historiografía española de esa época. Nacido en 1764 en Palma de Mallorca se inicia en la Real Escuela de Jóvenes Pilotos de Cartagena para ingresar después en la Armada y desarrollar una brillante carrera naval. En 1789 era profesor de fortificaciones y  dibujo de la Academia de Marina de Cádiz cuando es invitado a participar en la más importante Expedición Naval Ilustrada de España; La Expedición Malaspina-Bustamante. Embarcado en la corbeta “Descubierta” y a las órdenes directas de Alexandro Malaspina, durante 5 años navegarán y exploraran tierras lejanas compartiendo con Cook, Bouganville y Laperouse la página ilustrada de las navegaciones. La epopeya de esa expedición marca una línea que no ha sido superada.  Experto cartógrafo, alternaría y se enriquecería de la convivencia con Malaspina, Cayetano Valdés, Alcalá Galiano, Viana, Espinosa  y  los montañeses Bustamante y Guerra, Ciriaco de Zevallos, Gutiérrez de la Concha y Tova y Arredondo, un grupo de jóvenes marinos científicos que escribirían episodios gloriosos.

       Dopo alcune esperienze belliche, dal 1785 al 1787 lavorò alle dipendenze di Vicente Tofiño e poscia ottenne la cattedra di Fortificazioni e Disegno presso l’Accademia dei Guardiamarina di Cadice.En 1797 creada la Dirección de Hidrografía, se le nombra co-director con Espinosa y Tello, compañero en la expedición.  Trabajan en la Carta Hidrográfica de España y crean un excepcional  Deposito Hidrográfico por el que no dudará en jugarse la vida cuando en  1808, con la invasión napoleónica, peligre aquel archivo excepcional y deba  trasladarlo a Cádiz personalmente. Allí el liberal Bauzá se integra en la Junta de Defensa.

        Por Real Orden de 14 de junio de 1820, con el ingeniero Agustín de Larramendi Muguruza, integra Bauzá una comisión con el encargo de trabajar en la “Carta Geográfica de España”, de estudiar las vías de comunicación del territorio peninsular y de proyectar una nueva división territorial de España que presentan en 1821 con cincuenta y dos circunscripciones de superficie homogénea, documento que será la base para recuperar, con alguna modificación, la provincia de Santander, explica el profesor Manuel Estrada.

        En 1823 con el restablecimiento del absolutismo de Fernando VII, se ve obligado a exiliarse a Londres como muchos ilustrados y liberales. Su actividad intelectual no cesa, frecuentando los círculos académicos londinenses y participando en las más prestigiosas sociedades científicas de Europa.

          En 1833 es amnistiado, como otros españoles  y cuando se prepara para retornar y rencontrarse con su familia, la muerte le sorprende un 3 de marzo de 1834 siendo enterrado con honores en la Abadía de Westminster.  

          Está, en síntesis, es la historia de Felipe Bauzá y del Faro de Cabo Mayor, un buen edificio que  forma parte de la memoria de las gentes. Los estudios de Francisco de Paula Pavía José A. del Río, Rafael González Echegaray, Simón Cabarga, Luis Sazatornil  y otros me ayudaron.