Cuando el 28 de septiembre de 2018 el Ministerio para la Transición Ecológica decretó la paralización de la obra para construir los diques en las playas de La Magdalena y Los Peligros, muchos ciudadanos de Cantabria y nos consta que también de muchos otros lugares del país, experimentamos algo parecido a un sentimiento de serenidad, alterado desde el mes de febrero al ver el destrozo que producía un tosco muro de escollera que se clavaba en el corazón de la playa de la Magdalena.

 

            Desde entonces, en aquel febrero ya lejano, muchos santanderinos nos opusimos, fueron muchos los motivos, y queremos ahora volver a explicarlos.

 

        Hablábamos de la afección medioambiental importante, también de la arqueológica, pues se construía sobre un antiguo puerto romano, pero por encima de todas estaba el gran impacto paisajístico que se producía en, probablemente, el lugar más especial de la ciudad, impacto paisajístico que todos, incluidos Demarcación de Costas y Ayuntamiento, sus defensores, reconocían públicamente.

 

          Hablar de Paisaje, no es una actitud romántica, poética, nostálgica y mucho menos  inmovilista, hablar de Paisaje es reconocer jurídicamente el Convenio de Florencia del 2000, suscrito por España y la ley del Paisaje de Cantabria 4/2014, que definen los paisajes como elemento fundamental del entorno humano, expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural, social, medioambiental y natural y como fundamento de su identidad, sin depreciar el posible recurso para la actividad económica.  El Paisaje es además un elemento importante en la calidad de vida de las poblaciones, tanto en los medios urbanos como rurales, en los más cotidianos, en las zonas degradadas y en los espacios de reconocida belleza excepcional como es en este caso.

 

         Es preocupante que se continúe afirmando que la única solución para conservar la playa de la Magdalena es construir los espigones. La disyuntiva, “¡Hay que elegir entre playa o espigones!” se ha demostrado absolutamente incierta y solo pretende generar miedo a los ciudadanos, más cuando se pretende justificar con una famosa encuesta en que solo participaron 166 personas, y solo 36 se decantaron por el actual espigón.

 

                Solamente es necesario observar las antiguas y magnificas imágenes de esa ensenada de los últimos 100 años para echar abajo esa teoría y afirmar la contraria, que jamás ha habido tanta arena en la Magdalena como cuando se ha venido reponiendo esta periódicamente, con un coste asumible, desde el ámbito estatal, de 60.000 € anuales. Alguien debería explicar qué significa poder usar la playa todo el año y cuáles son las razones para justificar unos gastos de 2.300.000 €, en una solución tan desproporcionada como impactante y cuya eficacia está en entredicho.

 

               Muchos ciudadanos nos hemos concentrado periódicamente los domingos en esa playa viendo como crecía el muro y el ayuntamiento, nuestro ayuntamiento se alejaba. Escribimos tribunas en prensa, es la única manera que tenemos de hacernos oír, también organizamos debates en el Ateneo, en el Colegio de Arquitectos y en muchos barrios. Los técnicos de costas del prestigioso Instituto Hidráulico, explicaron el proyecto y no se decantaron por alterar la naturaleza en la forma en que se ha hecho. El director de la Demarcación de Costas, reconoció el gran impacto paisajístico del proyecto, encargado en Madrid a una empresa consultora que ya ha dejado de existir.

 

         Llamamos a las puertas de todos los grupos políticos, todos abrieron o casi todos y los que nos abrieron, escucharon y entendieron el problema y decidieron apoyar a los ciudadanos, quizás, eso forma parte del sistema que vivimos y lo valoramos. Fruto de esto fue la petición en el Parlamento de Cantabria de todos esos grupos de paralizar la obra y retirar el dique construido.

 

Detener las obras es el primer paso para rectificar y, sobre todo, para extraer lecciones de todo ello y tratar a nuestra bahía con el cuidado que algo tan excepcional merece. Si no la cuidamos, la perderemos, como esta experiencia ha puesto en evidencia.

 

       El desastre no va a continuar, pero el espigón es una lanza que atraviesa el alma de ese paisaje singular de nuestra ciudad rompiéndolo, queremos recuperar nuestra playa de la Magdalena, manteniéndola como siempre se hizo, con una solución o mantenimiento compatible con el singular entorno en que se encuentra, y queremos protegerla de nuevos intentos desarrollistas con una declaración de Paisaje Cultural Protegido. Es asimismo necesario y trabajaremos en que se forme una mesa de gestión para la conservación y salvaguarda integral de la bahía con carácter multidisciplinar y participación de instituciones, científicos y grupos ciudadanos. Este es nuestro criterio y nuestro compromiso que hacemos extensible al resto de ciudadanos.

 

 

Plataforma Salvar la Magdalena

Manuel Zúñiga, Aurelio G-Riancho, Angel Chamizo, Eduardo Manzanares, Domingo de la Lastra, Carlos García, Alberto Domínguez y Javier Gómez-Acebo.