No es el momento y tampoco es el lugar

Leemos en la prensa local que el Ayuntamiento de Santander pretende realizar un nuevo proyecto en la ciudad, esta vez  se refiere a un acondicionamiento del malecón de Molnedo, el dique que cierra la dársena del mismo nombre, comúnmente conocido como Puertochico. Se quiere transformar en zona de paseo algo que ya lo es.

La noticia se publica en prensa con infografías en la que se puede ver la sustitución de las losas de piedra actuales por modernas placas de material moderno y en el centro se proyecta un carril ajardinado.  Sin duda es una transformación importante de ese lugar pues nada hace recordar ese dibujo al actual dique. ¿Es necesario transforma ese lugar, es el momento para hacerlo?

Para saber de lo que estamos hablando, conviene hacer un poco de historia, pues esta tiene importancia en la manera de tratar los lugares. No todos son iguales y algunos se merecen un especial respeto en su tratamiento.  Hasta finalizar el siglo XIX, cualquier buque costero de vela o motor que quisiera fondear en nuestra ciudad lo hacía en el muelle que estaba, donde hoy se encuentra el parking y la plaza de Alfonso XIII. Con el crecimiento de la ciudad ese muelle que titulaban la dársena de la Ribera fue quedándose pequeño y con poco calado, por lo que los grandes barcos debían atracar hacia el oeste en los muelles de Maliaño.  Fue necesario buscar otro lugar más apropiado decidiéndose por los terrenos ganados al mar hacia el este, los actuales muelles y Puerto Chico.

La dársena de Molnedo vino, de alguna manera, a sustituir en su función a la antigua dársena de la Ribera, aunque los barcos de mayor calado continuaran atracando en el actual muelle hacia el oeste.  Puerto Chico fue habitado principalmente por una antigua población marinera que aún no se había trasladado al Barrio Pesquero y su tipismo fue observado por nuestros narradores, pintores y fotógrafos. El retrato de las barcazas con su faena atracadas en una de las rampas, esperadas por aquellas mujeres con sus ropajes de época descargando el pescado que cargaban en grandes cestos sobre sus cabezas, destinado al comercio, conforman una estampa típica y especial. Allí se esperaba a los pescadores que regresaban y se lloró a los que no volvieron, cuando el mar se enfadó.  No hace demasiados años las pescadoras extendían sus redes y las preparaban y arreglaban para la faena del día siguiente. José Gutiérrez-Solana, Pancho Cossío, Rafael González Echegaray, Rafael Gutiérrez-Colomer, Simón Cabarga, Casado Soto, Amós de Escalante, Víctor de la Serna, Gerardo Diego, José del Rio Sainz “Pick”, Samot o Duomarco entre otros nos dejaron imágenes en el papel, en la fotografía o en lienzo que ayudan a preservar su memoria

Las obras para la construcción de la dársena con el dique comenzaron el 16 de noviembre de 1882 y se draga en 1887 para conseguir que pudieran atracar barcos hasta de 4 ms de calado, en 1888 se la bautiza como dársena de Navarro y en 1897 la obra se da por concluida.  Quince años costó terminarla, los medios de aquellos tiempos eran diferentes a los actuales.

Gutiérrez-Colomer escribe que fueron necesarios 960 ms cúbicos de piedra para asentar el dique controvertido y que la piedra se transportó en gabarrones. El dique necesitó para asentarlo en la mar 592 metros cúbicos de hormigón hidráulico.

Puerto Chico actualmente es el típico puerto del Cantábrico, otros barcos fondean, pero se mantiene el sabor de lo que fue. Es ya un lugar de paseo y de observación de tantas cosas que suceden en cada momento, solo hay que andar y mirar.  Un lugar así debiera tratarse conservando su memoria, la de un puerto norteño, bañado por ese mar bravío y poderoso que se llevó muchas vidas de pescadores. La imagen de un puerto en el Cantábrico no es la de un jardín marbellí como parece pretende esa infografía, eso sería desnaturalizarlo, no reconocerlo.  No es el lugar y si lo fuera no es el momento, no es necesario explicar que la actual crisis económica-sanitaria con situaciones durísimas para muchas personas es prioritaria antes que acometer una aparente frivolidad.

Y aunque no existiera tal crisis, creemos que estos lugares con carga histórica debieran tratarse conociéndolos, explicándolos y consensuando. Los gestores municipales no son los dueños de la ciudad, los hemos elegido para gestionarla y administrarla y es esto lo que deben hacer.