El desarrollo urbano de la ciudad de Santander a partir del siglo XVIII, ve surgir las primeras manzanas de edificios que conforman una Nueva Población, hacia el Este de las antiguas pueblas y siguiendo la línea del mar, bajo el diseño del ingeniero militar Francisco Llovet en 1765. Un proyecto ilustrado ligado a la mejora del puerto y a la creación de los nuevos muelles. Su desarrollo se acompaña de un considerable crecimiento demográfico impulsado por la mejora de las conexiones con Castilla, con el trasiego de las lanas castellanas y el importante comercio colonial americano, y el consiguiente resurgir de la actividad portuaria con buques de mayor tonelaje.
En paralelo, durante el siglo XIX surgen actividades vinculadas al ocio y las bondades terapéuticas de los baños de mar durante los meses estivales, fenómeno asociado a una emergente burguesía de comerciantes cántabros y castellanos que construyen su casa familiar para pasar los veranos en contacto con el paisaje de las playas santanderinas.
A partir de 1850 aparecen en El Sardinero las primeras fondas y hospederías. En el verano de 1861 la reina Isabel II y su familia deciden pasar una temporada en Santander, para disfrutar de los baños de mar y sus efectos terapéuticos, y en 1872 también acude el rey Amadeo de Saboya. Ambos monarcas fueron recibidos de manera calurosa por la sociedad santanderina y el Sardinero se da a conocer como lugar de veraneo para la alta sociedad.
La familia Pombo, iniciadora del desarrollo en El Sardinero, construye el balneario en la primera playa, un primer casino y el Gran Hotel (hoy Hotel Sardinero). En la segunda playa, Castañeda edifica otro balneario y luego vendrá el de la Concha de Zaldívar y el de la Magdalena de Quintana. Se levantan el Hotel Castilla, el Coterillo (después Hoyuela), la Fonda Zaldívar, el hotel París, el Roma, el Inglaterra, el Concepción y la ermita de San Roque, muchos de los cuales tan solo podemos conocer a través de antiguas tarjetas postales.
Poco a poco se abren trazados que conectan el centro de Santander con la zona de playas: paseo de la Concepción, Pérez Galdós, la Cañía, los Infantes, y circulan los primeros tranvías, primero de sangre y luego de motor. Al mismo tiempo se proyectan nuevas avenidas para dar soporte a la incipiente construcción de casas de familia, llamadas también chalets.
El atractivo turístico que supuso para la ciudad el inicio de los veraneos regios en el recién construido Palacio de La Magdalena, a partir de 1916, alienta la construcción de importantes equipamientos como el Hotel Real, un nuevo Gran Casino, hipódromo, mejoras en los balnearios, capillas, iglesias, mercados, bulevares, alamedas y jardines como San Roque y Piquío, y la apertura definitiva de la gran Avenida de Reina Victoria.
Este escenario da lugar a la aparición de un nuevo centro urbano destinado a concitar la actividad del veraneo en la llamada Plaza del Pañuelo, actual Plaza de Italia. En ella se reúnen las principales arquitecturas de su vida social y económica, como el Gran Casino, el Gran Hotel, el Balneario y terraza de la Primera playa, etc., y se articula la estructura viaria que vertebra el Sardinero. Al mismo tiempo, su superficie se amplía considerablemente mediante la gran plataforma-terraza frente al mar, en cuyos bajos se ubican los vestuarios e instalaciones del balneario, con una amplia escalinata que funciona como una gran puerta tumbada hacia la playa.
En 1986 una amplia zona de El Sardinero fue declarada BIC con la categoría de Conjunto Histórico-Artístico y diez años después se redacta su Plan Especial de Protección, en el que se prescribe taxativamente la salvaguarda de su patrimonio. Ello obliga a que los espacios públicos sean tratados en consonancia con las arquitecturas que los conforman, participando de su carácter histórico. La Carta de Venecia (1964) incluye en la noción de monumento histórico el ambiente urbano y paisajístico en el que éste se encuentra, en un contexto en que puedan ser correctamente interpretados.
Sin embargo, las obras que se han estado ejecutando en la Plaza de Italia durante el actual periodo de confinamiento, no parecen haber tenido en cuenta el carácter histórico del lugar, el que identifica la imagen del Sardinero. Su tratamiento la convierte en una obra totalmente nueva que, sin desmerecer su valor intrínseco, pudiera ubicarse en otro entorno. Sin negar la posibilidad de una actuación contemporánea, la recuperación de la Plaza precisa confirmar su carácter histórico, el mismo que expresan sus arquitecturas y su memoria. No parece coherente que las exigencias que afectan a los edificios del Sardinero de preservar el rigor histórico y conservar su estética y características constructivas, no se aplique a los espacios públicos en que se generan.
El cumplimiento estricto de los procedimientos oficiales no debería ser la única “forma correcta” de tramitar una obra en un espacio público tan relevante, que aconsejaría una consulta o explicación dirigida a los vecinos de la zona, y también a los de Santander. Hubiera sido acertado dar a conocer la propuesta (maquetas, infografías o simulaciones in situ, etc.) y abrir canales para escuchar a los redactores del proyecto, con cuyas explicaciones quizás no hubiéramos escrito esta tribuna. Esta falta de comunicación previa en todo el proceso, no deja otro lugar a la crítica que enfrentarse a los hechos consumados y alzar la mano. Aun así, revisar la obra sería siempre un descalabro menor, y quizás más económico, que dejar durante décadas un resultado que parece desacertado.
Javier R Carvajal, Digna Fernández, Montse Martin-Saiz, Carmen Alonso, Esperanza Botella, Mina Moro, Karen Mazarrasa, Ana Martínez, Juan Carlos Zubieta, Eva Fernández, Esther Sainz-Pardo, Orestes Cendrero, Celestina Losada, Ramón Maruri, Virgilio F-Acebo, Joaquín Mantilla, Ignacio G-Riancho, Manuel López-Calderón, Rosa Coterillo, Aurelio G-Riancho, María José G-Acebo, María José Trimállez, Domingo Lastra, Ana Trimállez, María García-Guinea, Claudio Planás.
Las peores previsiones se han cumplido. La remodelación es una pesadilla. Más apta para un desfile militar estalinista que para el solaz de los ciudadanos. Anacrónica respecto a los actuales criterios de organicidad y ecologismo, entra en el obsoleto parámetro de ‘plaza dura’. Plantas sobre plásticos, cesped enlatado, bancos sin sombra, inaccesibles (los pies no llegan al suelo) y rígidos, ni un centímetro de tierra, sin humbría, sin fuente, sin intimidad, sin sensualidad.. Si se trataba de espantar a mayores, madres, niños, amantes de los helados y seres humanos sin robotizar, si se trataba de borrar el carácter amable y verde del Sardinero, enhorabuena ! A cambio, las ruinas de las antiguas cafeterías adheridas al gran edificio del Casino siguen intactas ¡Un logro providencial !
En las propuestas arquitectónicas sobre la “querelle entre les ancients et les modernes” hemos ido coleccionando un carroussel de ejemplos. Algunos desdichados como el Down Town Norteamericano laminador de la historia (escasa) de sus ciudades. Otros audaces, como Pei en el Louvre, Foster en Nîmes o Moneo en Murcia y San Sebastián. Otros ridículos como Mayer en Sevilla. El Tractatus nos impide un juicio de valor (y yo lo acabo de hacer), sobre esta querella. Pero fuera de las teorías imposibles, está el debate preocupado sobre la pérdida de los “sitios de la memoria”. La Plaza de Italia ha sido para muchos Santanderinos lugar de juegos, laberintos de setos y parterres, bancos de consumo masivo de pipas, terrazas abarrotadas las noches de verano, sitio de ligues y diretes, la pequeña fuente, los tamarises. Pequeñas y grandes magdalenas Proustianas, que ahora desaparecen del mundo, y pasan a habitar el rincón de los recuerdos.