Recientemente presentados los proyectos del Banco de Santander para ubicar un museo en el edificio del Paseo de Pereda y sus nuevas oficinas en la calle Hernán Cortés, es el momento idóneo para comentar aquellas cuestiones sobre las que caben justificadas dudas y que merecería la pena volver a reflexionar para sintonizar mejor con la forma de la ciudad, y con su sociedad. Son comentarios o críticas que cabe aportar desde el conocimiento local y que pueden ayudar a entender mejor el comportamiento y significado de los lugares donde se actúa.

Ante todo, es importante partir de la unánime alabanza a ambas iniciativas por la generosidad que suponen, el admirable gesto de amor a su tierra y el incuestionable beneficio a la ciudad y sus ciudadanos, por el equipamiento cultural y social que se ponen a su disposición, del cual merece la pena sentirse orgullosos.

Es también digna de alabar la sabia elección de sus artífices, los arquitectos Cruz, Ortiz y Chipperfield, cuya reconocida maestría demuestra que tal responsabilidad ha recaído en las mejores cabezas. Por todo ello cabría felicitarse y anteponer nuestra confianza en que el resultado final, sea de una u otra forma, habrá de ser magnífico. Además de disponer de una de las grandes colecciones de arte de nuestro país, Santander incorporará dos importantes piezas de arquitectura que junto al Centro Botín de Renzo Piano, la “Duna” de Zahera, el Palacio de Exposiciones de Gabriel Gallegos y el futuro MUPAC, harán de nuestra ciudad un lugar de referencia para la arquitectura contemporánea.

El actual edificio del Banco de Santander es el resultado de la reforma proyectada por el arquitecto Javier González de Riancho en 1945, a partir de un edificio proyectado por Atilano Rodriguez en 1875, el situado al Este. La ingeniosa solución reprodujo un edificio simétrico al inicial y unió ambos con un singular arco que cubre la calle intermedia, a manera de un arco de triunfo, creándose un edificio monumental a partir de la suma de dos arquitecturas domésticas. En palabras del propio Riancho: “Un edificio monumental que a la vez sea digno de presidir el conjunto de edificios del Banco repartidos ya por las principales ciudades de España”.

En un primer análisis, es preciso reflexionar sobre la manera en que el edificio del Paseo Pereda afecta a todo su entorno, entre lo que destaca el excesivo cierre del emblemático arco. Resulta evidente que se taponaría completamente la vista desde la calle Sanz de Sautuola y quedarían asfixiados las calles y barrios posteriores, y su escaso gálibo limitaría el paso de vehículos especiales. Cabría reflexionar si es realmente imprescindible y, sobre todo, si es justificable permitir que desde una actuación privada, por muy loable que resulte el motivo, se invada el espacio del arco, e ignorar el derecho de quienes pudieran sentir cómo se les tapona su calle hacia el Sur. Parece que solo interesa la imagen desde el Paseo de Pereda y se olvidan las consecuencias en la ciudad que queda detrás.

Al mismo tiempo, resulta incomprensible situar las entrada y salida al museo bajo el arco, hacia la calle Sanz de Sautuola, con aceras estrechas y expuestas al paso de coches y autobuses, ciertamente ingratas. Parece evidente que los hermosos y amplios portones originales del Paseo de Pereda, mayores incluso que la entrada que se plantea, sería una alternativa mucho más razonable, hacia un espacio mucho más amplio, seguro y luminoso, y sin tener que romper la fachada con nuevos huecos.

Por otra parte, también cabe sopesar si la espectacular sala multiusos de la última planta se pudiera ubicar un piso más abajo, a la altura de las grandes terrazas laterales, y buscar una alternativa para la cafetería o bien compatibilizar ambos usos, sin necesidad de aumentar la altura del edificio ni de transformar su característica silueta de estatuas. La cubierta superior podría mantenerse como azotea mirador sin tener que cubrirla, similar a la exitosa terraza del Centro Botín.

Respecto a la actuación en el edificio de la calle Hernán Cortes, proyectada a principios del siglo XX por el arquitecto Casimiro Pérez de la Riva, la actuación no afecta a sus singulares fachadas y el espectacular  lucernario propuesto sobre el patio central se retrae discretamente en un segundo plano. Sin embargo, cabe preguntar por su patrimonio mueble, especialmente por la antigua sala de operaciones en cuyo techo existía una gran vidriera emplomada y donde se ubicaban unos hermosos mostradores en madera cuyo oficio de carpintería y ebanistería resultaría hoy irrepetible. ¿Se podría compatibilizar la rehabilitación del edificio con su conservación?. La experiencia avisa que en numerosas ocasiones la rehabilitación de edificios históricos se acompaña de la inmisericorde destrucción de su patrimonio mueble.

No se debe olvidar que en el caso del Paseo de Pereda forma parte de un Conjunto Histórico, con la categoría de BIC, y en el de Hernán Cortés se trata de una edificación protegida en el catálogo municipal del Plan General. Aunque resulta lícito y lógico admitir ciertas transformaciones para adaptarse a los nuevos usos que se proponen, también cabe reconocer que, si existen alternativas, se han de priorizar los criterios de conservación que dicta la ley, y la razonable discreción que dicta el sentido común.