Publicado en El Diario Montañés el 26 de junio de 2017

Basura en el monte, en la playa, en el río, en el mar. Dicen que en el Himalaya hay toneladas de desperdicios dejados por los montañeros. Existe basura hasta en el espacio. Hay basura por todos los lados.

¿Qué nos pasa? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿No nos importa vivir rodeados de porquería? ¿No nos damos cuenta de que no podemos seguir así?

Permítanme que comience con una anécdota. Hace dos semanas recorrí un sendero por la montaña. El paraje, cerca de Reinosa, es maravilloso; cualquiera con un mínimo de sensibilidad se queda impresionado al contemplar tanta belleza, tanta armonía (efectivamente, Cantabria es un “Paraíso natural”).  Pues bien, a los pocos minutos de comenzar a andar apareció la basura. En aproximadamente un kilómetro recogí 20 envoltorios de esos productos energéticos que utilizan los deportistas, junto con varias latas y botellas de plástico. Al parecer, unos pocos días antes pasaron por allí los participantes de una famosa competición. La conclusión es clara: algunos de esos deportistas son unos salvajes, los organizadores de la carrera son irresponsables y las autoridades son inútiles e incompetentes.

Desgraciadamente, no se trata de un caso aislado; la falta de respeto al medio por parte de no pocos de los que practican deporte al aire libre es sorprendente. ¿Dónde quedan los valores que están en la base del deporte? ¿No han oído hablar del “deporte sostenible”?  

Muchos ciudadanos van dejando un rastro de basura por donde pasan; son como el caballo de Atila: donde pisan no vuelve a crecer la hierba.  Dejan una lata en la arena de la playa, tiran al río botellas de plástico, y papel de aluminio al mar, y cajas de cigarrillos en el monte, y el suelo lo llenan de colillas y de cáscaras de pipas, y en el parque aparecen los restos del botellón, y llenan de basura la entrada del edificio universitario.

Que nadie se confunda, no estamos ante un problema menor; no solo es una cuestión estética. Lo anterior es un síntoma de una enfermedad grave. Nuestro medio natural tiene una patología muy seria que nos afecta a todos, que la sufrimos nosotros y que si no la atajamos afectará dramáticamente a nuestros hijos. Estamos haciendo referencia a los problemas medioambientales.

Si el ciudadano común, en su actividad cotidiana, no es consciente de que no debe dejar abandonada una bolsa de plástico en el monte, ¿cómo vamos a pretender que se movilice y reclame actuaciones ante el problema de la contaminación atmosférica y de la contaminación de las aguas, ante el problema de la deforestación y de la desaparición de la fauna? Esas personas que se comportan forma incívica, los que no respetan el patrimonio natural, los que no cuidan lo de todos, los que carecen de sensibilidad ante la vida natural, difícilmente van a exigir políticas medio ambientales y es muy improbable que denuncien las construcciones que destruyen el paisaje.

Estamos aludiendo a concepciones del mundo. Nos estamos refiriendo al comportamiento egoísta de algunos, a la falta de empatía. Estamos hablando de falta de conciencia ecológica, estamos hablando de falta de ética (ya en 1981 el filósofo Ferrater Mora habló de la “Ética del medio ambiente”). La encíclica del Papa Francisco “Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común” (2015) lo expresa de forma magnífica: “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (…) Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura”.

A lo largo de los siglos la seres humanos hemos ido “construyendo” el paisaje; así, en nuestra tierra, por la actividad ganadera, algunos bosques se han convertido en praderías, y en la actualidad existen menos hayas y robles. Pero, a pesar de los cambios, la sociedad tradicional se adaptó al medio y vivió en equilibrio con el entorno. Esa armonía con el territorio se quebró con la Revolución Industrial. La sociedad de consumo de masas es depredadora, ha dado la espalda al medio natural; se ha olvidado de sus vínculos con el territorio; no es consciente de que los recursos naturales son limitados. La soberbia de la sociedad tecnológica ha provocado una gravísima crisis medioambiental. G. Anleo escribió un ensayo con un significativo título: “Consumid, empobreceos, destruid la tierra”.

El problema que nos ocupa está estrechamente vinculado a una importante carencia de educación ambiental (y esta formación está directamente relacionada con la educación cívica y con la educación para el consumo). Es preciso que los ciudadanos incorporen a su vida cotidiana comportamientos, actitudes y valores que signifiquen el respeto al medioambiente. Debemos “pensar ecológicamente” (debemos adquirir una visión sistémica, ser conscientes de la interdependencia entre los diversos elementos de la naturaleza). Ante la crisis ambiental, M. Novo ha subrayado que la educación forma parte de las soluciones.

El cuidado del medio es responsabilidad de todos; por tanto, para ser coherentes, cada uno de nosotros, en el comportamiento diario, debemos cuidar el entorno y al mismo tiempo denunciar las agresiones contra la naturaleza, y también exigir a las autoridades que velen por el patrimonio común.

Concluyo. Hace poco, El Diario Montañés informó de que la ONG SEO Birdlife y la organización Ecoembes han elaborado el proyecto LIBERA para, entre otros objetivos, impulsar la movilización ciudadana frente a la mala práctica y el problema ambiental que significa abandonar la basura en los espacios naturales. Por lo que sé, parece una buena iniciativa.

Juan Carlos Zubieta Irún
Taller de sociología, Universidad de Cantabria