Plataforma “Salvar La Magdalena”
Vuelve el otoño y de nuevo las playas de La Magdalena sufren los trasiegos del mar en sus orillas. El enorme espigón que rompe irrespetuosamente tan hermoso paraje no sirve paliar los efectos de olas y corrientes. La realidad viene a confirmar la falta de credibilidad de una solución tan desproporcionada como brutalmente agresiva en un lugar que precisa, ante todo, ser tratado con delicadeza, la que conviene a un paisaje tan valorado por todos. La equivocación de pretender enmendar la plana a la naturaleza de un plumazo, hace dudar de la soberbia intelectual con la que se actúa, absurdamente tajante y sobre todo, obsoleta. Cuando la calidad del paisaje es un factor determinante, es preciso actuar con mucha mayor sensibilidad, condición de la que adolece por completo la actuación sobre la Magdalena. Otros países llevan desde hace décadas interviniendo en situaciones similares de forma proporcionada, y probando poco a poco la eficacia de las medidas que se aplican, para procurar el mínimo impacto paisajístico. Las dudas sobre su eficacia ya eran advertidas por técnicos tan reputados como Orestes Cendrero, director durante más de treinta años del Centro Oceanográfico de Santander, o Germán Flor, profesor de la Universidad de Oviedo y experto en dinámica de litoral. Incluso el catedrático Miguel Ángel Losada, reciente Premio Nacional de Ingeniería Civil y una de las máximas autoridades en Hidrodinámica de nuestro país, afirmaba el pasado mes de marzo en el Ateneo de Santander que los técnicos se pueden equivocar y que sería importante comprobar su funcionamiento en la realidad, antes de seguir adelante, por si conviene rectificar.
Toda playa es un fenómeno vivo que cambia con las estaciones, tiene un perfil más abrupto en invierno y otro más tendido en verano. Es irreal pretender que la arena se mantenga fija todo el año como si el mar no la tuviera que afectar, si pensamos así acabaríamos cambiando la arena por una losa de hormigón pintada de amarillo. Tratar la playa como si fuera una piscina es una solemne equivocación, y partir de la idea de que con espigones, o sin ellos, no se tendría que mantener, es no entender el problema que se está tratando. La forma original de La Magdalena es un arenal estrecho que en determinadas partes ni siquiera asomaba en las pleamares. A lo largo de los años se ha aportado arena y modelado la playa para disfrutarla durante el verano, el resto del año es esencialmente un maravilloso paisaje, y no deberíamos cometer la torpeza de destruirlo. La Magdalena siempre ha tenido un mantenimiento fácil y económico, cuyo coste ha pagado el Ministerio, y el privilegio de disponer de una bahía tan hermosa implica la responsabilidad de mantenerla.
A pesar de las evidencias, los promotores y defensores del proyecto se empeñan en continuar las obras del segundo espigón, como si el primero hubiera sido un éxito. Estarían separados entre sí 400 metros y solo hay que darse una vuelta por allí para darse cuenta que las olas que llegan al espigón nada tienen que ver con la playa de Los Peligros. Parece muy atrevido, y carente de todo rigor, sentenciar que el primer espigón, que no ha funcionado, de repente vaya a funcionar cuando se construya otro a casi medio kilómetro de distancia. Apenas han llegado las primeras borrascas del otoño y queda mucho invierno por atravesar, por ello quienes se han empeñado en esta empresa tan dañina para los intereses de Santander, comienzan a darse cuenta de su posible equivocación. El nuevo espigón no solo no está evitando la erosión, sino que lo aumenta considerablemente, solo hay que ver el pedregal que se formó durante el verano, o cómo ha surgido un muelle que llevaba décadas enterrado en la arena. La reacción defensiva pretende transmitir alarma a los ciudadanos para conseguir que la población respalde sus equivocaciones, y así evitar quedar en evidencia.
La misión de evitar la erosión en la zona de La Magdalena estaba confiada únicamente al espigón que ya ha sido ejecutado, mientras que el espigón de La Fenómeno tendría como fin contener las arenas de la playa de Los Peligros que debido a su exagerado tamaño, porque nadie se ocupó de mantenerlo a raya, ha llegado a desbordar el borde del muelle y las arenas se adentran poco a poco hacia el interior de la bahía.
Cabe recordar que la verdadera justificación de la paralización de los trabajos es el Acuerdo del Parlamento de Cantabria por el que se solicita al actual Ministerio de Medio Ambiente y Transición Ecológica la inmediata paralización de las obras y la reversión de los trabajos ejecutados. Es evidente que la demanda del máximo órgano de representación de una Comunidad Autónoma ha obligado al Ministerio a tomar esta decisión, para reflexionar sobre la conveniencia, o no, de las obras que se llevan a cabo. Para la Plataforma Salvar La Magdalena la detención de las obras ha significado evitar que se siguiera destruyendo el patrimonio paisajístico de Santander, sin embargo, queda pendiente recuperar su estado inicial y, sobre todo, tomar medidas para que se cuide la Magdalena y toda la Bahía, para que nuestros descendientes lo puedan disfrutar tal y como nosotros hemos tenido la suerte de hacerlo. Más allá de reconocer que el espigón no funciona, y resulta evidente que no, más importante es saber que la playa se puede mantener sin necesidad de espigón y, por lo tanto, sin destruir el paisaje.
Los primeros vendavales del otoño confirman lo que ya se suponía, que el espigón no funciona, y esta evidencia no se resolverá con una huida hacia adelante que no conseguiría otra cosa que ahondar en el descalabro y volverlo más dañino e irreversible. Todo parece reducirse a una absurda lucha de egos, o de enconos políticos, de los que esta plataforma pretende mantenerse completamente ajena para centrarse en su único objetivo: La defensa de los valores ambientales y paisajísticos de nuestra Bahía, de Santander y de Cantabria.
Firman:
Domingo de la Lastra, Eduardo Manzanares, Manuel Zúñiga, Ángel Chamizo, Carlos García, Aurelio G. Riancho, Javier Gómez-Acebo, Alberto Domínguez.
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